Fornost. Antigua plaza fuerte de Arthedain, ahora solo un grupo de ruinas donde los árboles devoran las estructuras que trataron de doblegarlos.
Hasta “el muro de los muertos”, como lo llaman aún en Bree y la cuaderna norte de la comarca, una partida de montaraces siguieron la huella de dos medianas que al parecer encontraron algo más entre las ruinas que refugio.
Los montaraces llegaron de día siguiendo pequeñas señales. Rûdh se adelantó imprudentemente, encontrando uno de los más terribles secretos guardados de la cuarta edad del sol.

Al ver al Nazgûl desenvainó casi por instinto delatando su posición al espectro, comenzando una persecución feroz por callejuelas poco iluminadas de la antigua fortaleza.
Debía hallar a los suyos y sacarlos de ese lugar maldito, no podía hacer frente a ese rival solo.
Cuando toda esperanza estaba perdida una llamada casi imperceptible capto su atención desde uno de los portales de una derruida torre de vigilancia.
Al entrar, se encontró con algo totalmente fuera de lugar entre tanta desolación: dos sonrisas claras y limpias, llenas del candor y la resistencia natural que iluminaban el pie de una escalera. Los montaraces las habían hallado y él había conducido a la sombra directamente hacia ellos, pero ya no estaba solo.
Tomó su lugar en la formación, las directivas fluyeron natural y firmemente: ¡Montaraces formación cerrada! ¡Protejan a las medianas!
- ¿Pero eso es todo lo que conoces de la historia?- la pequeña hobbit se revolvió entre las sábanas.
Toda la somnolencia que ganaba terreno de a poco al avanzar la historia se alejó de golpe al ver el semblante del viejo que, con la voz quebrada, había dejado de narrar.
- Es todo lo que se sabe. Las hobbits escaparon mientras ellos peleaban con las sombras, huyeron sin mirar atrás y corrieron sin pausa muchos kilómetros con los ojos llenos de lágrimas. Nunca supieron de ellos, sólo el nombre de Rûdh aparece en la historia pero es posible que ni siquiera sea su verdadero nombre.
La niña tenía los ojos abiertos de par en par conteniendo las lágrimas como podía, tal como imaginó que las hobbits soportaron sin llorar durante tanto tiempo.
- Otros dicen que acabaron con el espectro oscuro y al ver que las niñas huían en la dirección correcta las siguieron a distancia para que aprendieran a no alejarse. Sí, es lo más probable que haya sucedido.
- Me asustaste mucho abuelo. Mamá me cuenta historias más bonitas para dormir, ahora tendré pesadillas.
- No debes preocuparte, porque los montaraces siempre están para cuidarnos, y así ha sido en el norte desde hace muchos años.
La puerta se abrió apenas dejando entrar una voz cálida y dulce que trató de reprender a los insomnes.
- Señorita Belinfante, no puede estar hasta esta hora despierta.
El anciano la arropó despacio y, casi como por arte de magia, la pequeña cayó en un sueño tranquilo y agradable breves instantes después. Por suerte, no se despertó cuando el abuelo cerró la puerta después de salir ni oyó la tierna voz de su abuela quien mientras tomaba el brazo de su marido le preguntó:
- Sam ¿estás llorando?
Escrito por Martín Iaquinta